Pseudociencias y salud

Pseudociencias y salud

Últimamente oímos hablar mucho de las llamadas pseudociencias. De hecho, algunos medios de comunicación están llevando a cabo una verdadera campaña contra ellas, confundiendo indiscriminadamente disciplinas y prácticas muy diferentes. Quizás sería preciso aclarar qué son las pseudociencias, de dónde proviene el concepto y lo más importante: ¿Nos ponen en riesgo?

 Este concepto se aplica a todas aquellas disciplinas que se dan a sí mismas el nombre de medicina natural u holística. La mayoría tiene su origen en la idea de utilizar las plantas directamente sin pasar por una síntesis de laboratorio, de base química. Interviene aquí también la noción oriental de tratar al cuerpo como un todo, globalizando el concepto de salud.

Hace años que algunos médicos iniciaron una lucha contra la homeopatía, a la que acusan de no tener base científica. No quiero entrar a valorar quién tiene razón. El hecho es que desde diferentes campos se ha decidido borrar del mapa toda una serie de disciplinas que han crecido bajo el nombre de medicina natural y a las que se estigmatiza llamándolas pseudociencias.

Es muy posible que el nombre “medicina natural” no sea el más adecuado y que los médicos, que tienen una grandísima formación, sientan que su profesión esté sufriendo de intrusismo. Y, además, por parte de personas que no tiene la formación adecuada. Y he aquí el problema: la parte “natural” pide regulación, formación y la posibilidad de acreditarse mientras que la parte médica pide la desaparición total y la prohibición.

Esta pugna se ha extendido a otras disciplinas y la lista de “pseudociencias” se ha visto ampliada de forma exponencial y en algunos casos injustificadamente. Al mismo tiempo, las profesiones sanitarias regladas por el Ministerio competente se han sumado a lo que perciben como una forma de intrusismo que debe ser combatida. Y no es un problema exclusivo de este país. No hace mucho me explicaron que en Inglaterra el proceso ha llegado a una segunda fase, después de una primera durísima, en la que se pone en duda cualquier tipo de terapia manual. Es preciso pues abordar el asunto con racionalidad, porque la etiqueta de pseudociencia está cambiando muy rápidamente y, en una cultura cada vez más acrítica y que funciona a golpe de tweet, corremos el riesgo de que se nos acabe llevando a todos por delante.

Porque, de hecho, la tendencia en el ámbito sanitario apunta de forma creciente al uso de la inteligencia artificial. Se han realizado diversas pruebas piloto que demuestran que los ordenadores con capacidad de autoaprendizaje ya diagnostican mejor y se equivocan menos que los mejores especialistas (véase, por ejemplo, esta noticia aparecida recientemente: https://www.lavanguardia.com/ciencia/cuerpo-humano/20180223/44950677766/inteligencia-artificial-machine-learning-diagnosticar-enfermedades-medicos-eficiencia.html). En muy poco tiempo, ocurrirá que cuando vayamos al médico acabaremos rellenando un formulario ante un técnico, quien nos pedirá diversas pruebas que le habrá dicho el ordenador y será la máquina, finalmente, la que realizará el diagnóstico (y seguramente acertará). Así pues, falta muy poco para que un tratamiento de recuperación, de hernia discal o de lo que sea acabe haciéndola un robot. Todo acabará por protocolizarse y sin que haya intervención humana, que se equivoca y es más cara.

El caso es que todo esto no cuadra con ciertas tendencias dentro mismo de la medicina. Hay estudios recientes que redimensionan el efecto placebo, aquel en el que interviene nuestro cerebro haciéndonos creer que estamos tomando un medicamento, aunque no sea otra cosa que una pastilla de glicerina, y notamos su efecto. Resulta que el placebo está presente más allá de lo que nos habíamos imaginado y muchos estudios deberán rediseñarse porque no son capaces de evaluarlo.

Al mismo tiempo, cada vez se habla más del dolor crónico y del hecho de que no es necesario sufrir de alguna patología para experimentar dolor. Es un tema estrella en los congresos de fisioterapia. De hecho, no somos conscientes de que el mal empeora cuando nos sentimos más vulnerables y con la moral más baja, o cuando tenemos tiempo para preocuparnos por lo que nos ocurre y no tenemos respuesta.

Recuerdo uno de mis primeros casos, hace ya años, que sirve de ejemplo. Vino a mi consulta un anciano que sufría dolor en las lumbares desde hacía tiempo y no mejoraba con nada. Vino con un carrito de la compra y sacó de él una colección de informes y pruebas. Entre los últimos, tenía el informe de una resonancia magnética. Como siempre hago, le pregunté si lo había leído y se lo habían explicado. A ambas cosas me respondió que sí. Entonces le pregunté si lo había entendido. Esta vez dudó y se lo leí mientras le explicaba qué significaban todas las palabrejas técnicas (a veces el lenguaje médico no se entiende fácilmente). Rápidamente me di cuenta de cuál era el problema. Había una palabra que despierta todas las alarmas: tumoración. Nada más oírla el hombre dio un salto gritando que tenía cáncer. Le tranquilicé y le expliqué que en ese contexto simplemente significaba inflamación. Aunque me costó un poco y tuve que hacerle varias aclaraciones finalmente me creyó y se relajó. El tratamiento posterior fue muy sencillo e incluso se quedó dormido en la camilla. El dolor desapareció.

La importancia de entender las preocupaciones de los pacientes cuando se sienten vulnerables es una tarea que una máquina difícilmente podrá realizar. Porque por mucho que acierten, las máquinas no son capaces de tener empatía, poco importa lo que digan las novelas de Isaac Asimov. Es cierto que muchos profesionales de la salud no tienen empatía o quizá no tienen demasiado tiempo de ponerla en práctica porque tienen que estar más pendientes de la pantalla de un ordenador y de los informes que les pide el Ministerio del ramo en nombre de una supuesta eficiencia (que solo parece entenderse en términos económicos) que de los pacientes que tienen delante.

Los próximos años tendremos que decidir dónde queremos ir. Y no creo que la ortodoxia científica sea la única respuesta. Ni la medicina natural, o como queramos llamarla. Pero ambas deben colaborar estrechamente en beneficio de sus pacientes. Necesitamos dar respuesta rápida y certera con los recursos de que dispone la sanidad pública, todo el sistema de salud, que incluye, sí, a algunas disciplinas erróneamente llamadas pseudociencias. Necesitamos profesionales capaces de entender que existe una dimensión emocional que debe ser atendida. Y estamos todos de acuerdo en que los profesionales de toda estas disciplinas tienen que tener una formación adecuada para atender a los pacientes sin ponerles en riesgo. El juramento hipocrático nos los recuerda en todo momento: primum non nocere. Es decir, “lo primero es no hacer daño”. La acción médica, en definitiva, no puede dañar más que la enfermedad. No lo empeoremos.