Hace días que os hablo de la importancia que tiene el movimiento en nuestra vida y de qué modo afecta a nuestra salud. Como osteópata, mi principal objetivo es que mis pacientes entiendan que conservar la movilidad a lo largo de los años es primordial para llegar a cierta edad con las capacidades y funcionalidades del cuerpo a pleno rendimiento. Hoy quiero explicaros con un poco más de detalle el porqué. Me ha inspirado un buen amigo que estos días sufre una lesión que lo tiene haciendo reposo desde hace un mes y que está que se sube por las paredes.
Cuando estudiaba creía que el cartílago articular se iba desgastando a medida que pasaba el tiempo y usábamos nuestras articulaciones. Con esta premisa, lo lógico era pensar que si no me movía tendría menos probabilidades de sufrir artrosis con los años. En cambio, nos decían que el cuerpo necesita movimiento para funcionar correctamente. Incluso pasados los ochenta años perdemos la movilidad con una facilidad increíble, razón por la que no suele enyesarse a los ancianos cuando hay una fractura. Se prioriza la funcionalidad. Esto me hacía dudar: ¿era mejor sufrir artrosis en el futuro o tener unas articulaciones perfectas pero sin demasiada funcionalidad?
Vaya por delante que el primer supuesto es erróneo. El proceso de sustitución de cartílago por hueso se inicia en la infancia, con el crecimiento, y no se detiene nunca, de modo que estamos condenados a ir perdiendo este tejido. Pero no todo el mundo sufre este proceso con la misma intensidad. ¿Por qué?
El cartílago es un tejido que protege la articulación aumentando la superficie de contacto de los huesos, cosa que permite disminuir la presión sobre un punto. Ayuda a que la articulación se deslice mejor cuando actúa con el ácido hialurónico, que lo lubrifica, y también ayuda en algunos casos a orientar correctamente el movimiento de los meniscos. No tiene ninguna terminación nerviosa y, por lo tanto, no puede doler si se lesiona (es la cápsula, en todo caso, la que se inflama). Tampoco le llega sangre de ningún lado y, en principio, no puede reconstruirse.
A pesar de que hay quien tiene cierta predisposición genética y quien no se cuida en absoluto, resulta que la solución la tenemos todos en nuestras propias articulaciones. Justo por debajo del cartílago tenemos unas células que forman parte de lo que conocemos como hueso subcondral y que fabrican colágeno. Esta molécula es la proteína base de todo el tejido conectivo (músculos, huesos, ligamentos, tendones y cartílagos) y es preciso producirla allí donde se ha dañado el tejido. Y aquí viene lo más interesante: el tipo de colágeno producido es distinto dependiendo de nuestra actividad. Basta con saber que el cartílago lo necesita del tipo II, que solo se produce si el hueso subcondral recibe fuerzas compresivas durante, como mínimo, dos horas al día. Y esto significa que tenemos que caminar. Y este colágeno sí que sirve para hacer un buen mantenimiento del cartílago articular.
Pensémoslo de la siguiente manera. Cuando somos niños jugamos todo el día. Saltamos, corremos, nos tiramos por el suelo y nuestro objetivo en la vida es aprender jugando. Después vamos al colegio, donde nos pasamos muchas horas sentados pero todavía tenemos momentos de recreo y seguimos jugando. Cuando llega la adolescencia la exigencia de los estudios aumenta y, además de ir al instituto, tenemos que hacer un montón de deberes. Y si nuestros padres nos hacen estudiar inglés o música, por poner dos ejemplos, el tiempo que estamos sin movernos no hace más que aumentar. Después vamos a la universidad o directamente a trabajar y nuestro tiempo de juego se desvanece y, con él, nuestro movimiento se empobrece de forma drástica.
Me gustaría introducir ahora una idea que acostumbro a repetir en mi consulta cuando explico a los pacientes de dónde vienen sus problemas. Somos seres vivos con voluntad propia para hacer y deshacer a nuestro antojo y con un sistema corporal complejo que tiene capacidad para repararse a sí mismo. Sin embargo, no podemos saltarnos las leyes de la física. Tenemos la tendencia a gastar la menor energía posible y si podemos hacer algo para ahorrarla lo haremos. El osteópata e investigador francés Léopold Busquet utilizó esta ley de la termodinámica para explicar la teoría de las cadenas musculares, que son las que nos mantienen de pie.
1ª ley. El sistema tiene que estar en equilibrio (sin equilibrio no podemos caminar, ¿verdad?)
2ª ley. El sistema evitará el dolor (aquí entran las compensaciones del cuerpo, pero no podemos saltarnos la primera ley)
3ª ley. El sistema tenderá al ahorro energético (sin afectar a las leyes 1ª y la 2ª)
Uno de los tejidos que más gasta es el muscular y cuando el cuerpo decide ahorrar no lo duda demasiado. ¿Habéis visto lo que le ocurre a una extremidad cuando la enyesan?
Así pues, para mantener las articulaciones hace falta movimiento. Llevar una vida sedentaria supondrá perder aquello que tiene que movernos: los músculos. Y lo que es peor: a causa de nuestro estilo de vida, por culpa de pasar tantas horas sentados, quietos detrás de un mostrador o directamente tumbados, perdemos con más rapidez una parte de la musculatura, lo que provocará la aparición de asimetrías y distonías. En consecuencia, las articulaciones trabajarán en desequilibrio y se producirán lesiones, dolores y aumentará el desgaste. En definitiva, la falta de movimiento nos hace sentir viejos y provoca la temida artrosis.
Cuando hace tiempo que no estamos activos debemos tener presente que nuestra musculatura se verá afectada y que el cuerpo no tendrá un buen equilibrio. Es muy común sentir dolor cuando nos queremos activar y, de la noche a la mañana, decidimos volver a correr. Rodillas, lumbares y caderas nos mandan una señal e incluso puede molestarnos la ciática. Todo por el simple hecho de que nuestro cuerpo no está preparado para hacer aquel esfuerzo que cuando éramos pequeños parecía de lo más normal.
Ahora bien, con una buena planificación y con constancia podemos llegar dónde nos propongamos (eso sí, las metas tienen que ser realistas). Una de mis mayores alegrías fue ayudar a un paciente con un triple bypass en el corazón y con un sobrepeso considerable a que se planteara correr la Cursa del Carrer Nou veinte años después de participar en la primera edición. Es cierto que tardamos un poco pero la ilusión que se reflejaba en su rostro cuando fue capaz de volver a correr quince minutos no la podré olvidar jamás y le estoy muy agradecido por haberme dejado compartir con él aquella experiencia.
Así pues, no hay excusas que valgan. Solo hace falta voluntad y un poco de paciencia. ¡El premio al final del camino es enorme!